Ver a Toledo | Exposición colectiva de retratos
en el Centro Fotografico Manuel Álvarez Bravo
En mi experiencia, al principio fue un poco complicado y lo entendía. No debe ser agradable que personas con cámara te fotografíen siempre que te ven. Él se incomodaba mucho y era obvio. Decidí presentarme con él, pero eso no lo hizo más sencillo jajaja. Sin embargo, poco a poco se fue acostumbrando o aceptando mi presencia.
Pese a su hartazgo, nunca fue grosero. Conmigo siempre tuvo un trato amable y aunque en ocasiones era difícil fotografiarlo por la rapidez con que hacía algunas cosas o poses, tenía una agilidad mental enorme. En esta selección de fotografías hay una foto tomada en Capulálpam de Méndez en la que el maestro va corriendo en la explanada del templo. Está un poco quemada y la razón fue que nosotros veníamos de un recorrido en el templo con él; es decir, habíamos tomado fotografías en situación de poca luz. Sin embargo, al llegar a la puerta, él salió corriendo. Me sorprendió y lo seguí. Tomé la foto como pude y me di cuenta de que estaba un poco quemada porque no fui lo suficientemente rápido para cambiar los parámetros de la cámara.
El maestro comenzó a tomarme confianza y a platicar conmigo. Ocasionalmente me reprendía porque aseguraba que yo hacía que en las fotos se viera más viejo. Mostraba siempre su humor, preguntaba sobre algunos temas ya sea del periódico o políticos. Era reacio, sobre todo en las entrevistas, pero había veces en que no era necesario hacerle preguntas. En una ocasión fueron intervenidas las cuentas del IAGO. Me lo encontré en Santo Domingo y me llamó. Me dijo: “Prenda su grabadora”. Activé el teléfono y él dijo todo. No necesité preguntar nada. Al final solo me dijo: “Ahí está, ya tiene su nota”.
Jorge A. Pérez Alfonso
La mirilla frente al maestro
mutua complicidad consciente
expansión del tiempo
sutileza que perpetúa en fragmentos
chispa divina de inspiración.
Marcela Taboada
2024
Fotografiar a mi padre
Antes que ser un artista o una figura, Francisco era mi padre. Creo que cuando lo fotografiaba salían cosas de nuestra relación, las buenas y las malas: era juguetón y muy payaso, y a veces era difícil agarrarlo sin hacer caras; también era estricto y a veces le costaba trabajo entender que me gustaran ciertas cosas pop, cosa que yo siempre le debatía y alegaba mientras trataba de convencerlo del valor de esta estética. Creo que estaba asustado de que mi mirada se quedara común y superficial.
Nunca me dirigía cuando lo fotografiaba. Creo que ambos teníamos claro que la fotografía era mía y no suya, pero inmediatamente sabía que tenía que hacer algo digno de fotografiarse. En ocasiones me pidió que le ayudara con alguna idea en particular, como en el caso de las fotografías en el monumento a Benito Juárez, que no le gustaron, pero dijo que se las haría llegar a los masones.
“Quien tiene ojos ve todo en todo”, me dijo una vez, citando a Lichtenberg, aunque no recuerdo a colación de qué. Evidentemente, su amor por la fotografía terminó influyendo en mi manera de ver, pero también mi rebeldía al buscar otras formas de ver además de la suya, de explorar por todos lados una imagen, un nuevo sentido, algo que no hubiéramos visto antes ninguno de los dos.
Laureana Toledo
Al maestro Francisco Toledo, no le gustaba que lo adularan por eso cuando me lo encontraba en la calle, me resistía a sacar mi cámara para tomarle fotos y prefería llegar con un saludo tan común como ordinario que le parecía gracioso: “Qué onda, maestro,” se reía, me preguntaba por la familia y cuando volveríamos a comer comida del Istmo, porque le gustaba mucho cómo se preparaba en casa.
Tuve la oportunidad de retratarlo 20 años entre conferencias, protestas y eventos en los cuales llegaba y cuando se hartaba se iba sin decir más y ahí prácticamente se acababa todo.
No sé si obtuve sus mejores gestos, pero varias veces que me lo encontraba, platicamos varias cuadras acerca de los problemas de la ciudad y era muy gracioso. La gente quería tomarse una foto con él y a veces él no aceptaba levantaba la basura en la calle y culminaba nuestra plática al llegar a sus oficinas, se le extraña y se siente su ausencia, porque Oaxaca ya no volverá a hacer lo mismo sin él.
Jorge Luis Plata
Era el 2006, en pleno conflicto magisterial (hoy diría levantamiento civil). Entre otras cosas intentaba dedicarme a la fotografía, y pasaba todo el tiempo que podía en el CFMAB. Estaba aprendiendo de Jorge Santiago y Fausto Nahúm Pérez, que se encargaban del laboratorio, y de toda persona que se dejara. En ese tiempo el director era Domingo Valdivieso. Creo que era porque veían mi entusiasmo y decisión, pero me dejaban hacer y deshacer en el CFMAB, era como estar en casa. Una de las cosas que me cuestionó Jorge Santiago, entre broma y no –siempre hacía así sus comentarios, creo que para suavizarlos un poco–, fue sobre qué tipo de fotografía quería hacer. Yo prefería la foto experimental, conceptual, foto armada (o como se le quiera llamar), pero ¿cómo saberlo si no había hecho fotografía documental en serio? Aprecio el fotodocumental, pero creo (y en ese tiempo tampoco lo creía, y era parte de lo que tenía que probarme) que no tengo el tipo de carácter necesario para trabajar con la gente en un proyecto documental. Decidí hacer una prueba, pero hice algo de trampa. Tomé el camino medio. Me inventé un proyecto documental ficticio: salir a retratar a personas en la calle, interactuando con un televisor portátil de tubos catódicos con imagen en blanco y negro (ese año se discutía la legislación de la tv y la radio digitales), todo ello en medio del conflicto. Entre barricadas. Después de fotografiar durante algunos meses, revisó las tomas Domingo Valdivieso. Me comentó que había fotos buenas, que siguiera así con el proyecto y que quizás, en algunos años, podría fotografiar a Toledo. No podía esperar. En una semana hice muchas impresiones de mi documental. Las impresiones eran malas (ya he mejorado un poco). Y no eran tantas, pero en esa época eran un conjunto significativo para mí. Al terminar la semana, o al inicio de la siguiente, esperé a Toledo afuera del IAGO. Cuando estaba por entrar, lo saludé y le pedí que viera las fotos. Las vio todas. Me preguntó: “¿usted quiere exponer en el Álvarez Bravo?” Lo pensé por un momento, y le dije: “no, quiero tomarle fotos”. Se levantó e hizo una especie de berrinche. Luego, volteó a verme y comentó: “bueno, vamos”. Le tomé las fotos en el patio. Primero, yo observaba. Era mi táctica, dejar que hicieran lo que quisieran con el televisor. Así le hice las primeras tomas. Entre ellas hay una donde está bostezando frente al televisor, lo hizo a posta. Fue muy gracioso y muy significativo. No pude evitar reírme un poco, lo bueno es que le cayó en gracia. Toledo, claro, se desesperó rápido y quiso saber qué era lo que tenía que hacer. Le pedí que se sentara como si mirara muy de cerca el televisor. Tomé una foto. Pedí que se acercara más. Tomé otra. Le pedí que cambiara de posición. Me dijo que no, que ya era demasiado. Le di las gracias, y se fue a hacer sus cosas. Esta es la única imagen que he mostrado de ese trabajo, del único documental que he hecho. Después, Valdivieso vio las fotos, y me comentó que había desperdiciado Toledo. Yo no lo creo. Que sepa, es la única imagen que hay de Francisco Toledo viendo un televisor (aunque sea de manera ficticia). Saludos y abrazos.
Efraín Constantino
Conocí al maestro Toledo a través de los periódicos. Con mi papá comentaba sobre lo que Toledo hacía para ser la nota en ese momento. Lo admirábamos por sus luchas y la manera tan original de manifestarse. Años más tarde, curiosamente, un periódico fue lo que me llevó a conocerlo un poco más. Trabajaba como reportera y entonces quería entrevistarlo. Mucho se decía alrededor del maestro Toledo, que si se dejaba fotografiar o si daba o no entrevistas. Decían que si aceptaba, deberías no grabar, porque no le gustaba así que lo mejor era no sacar una grabadora y, en lugar de eso, apuntar a toda prisa para que no se te fuera un detalle. Lo más interesante siempre fue atreverse a descubrirlo, y en ese atreverse un día le pedí una entrevista y accedió. De ahí vinieron varias y lo mismo con las fotos, aunque aquí sí imponía mucho y tenía poca paciencia para estar frente a una cámara.
Cuando dejé el periódico, comencé a trabajar con él. Volví a la fotografía análoga y tomaba fotos de lo que estaba cercano a mí. Así comencé a tomarle fotos, entre reuniones en la cocina de su casa, caminando a una conferencia, en juntas en el IAGO, en montajes de exposiciones, cuando lo acompañaba al taller de Fernando Sandoval o cuando estaba con su familia.
En una ocasión le dije que llevaba mi cámara estenopeica y si podía tomarle una foto. Me dijo que sí, pero que debía esperar mucho tiempo. Le respondí que no importaba que se moviera. Estaba sentado en una silla, con las manos sobre la mesa. Se puso un poco más derecho y me dijo: “Me voy a quedar quieto, así empiezo a practicar para cuando me muera”. Él hablaba con mucha naturalidad de la muerte y yo siempre le cambiaba el tema.
Había momentos en que le gustaba que le tomara fotos, incluso era muy ocurrente para salir en ellas, y en otros se desesperaba. La mayoría de las fotos que le tomé fueron con cámaras análogas, y siempre me decía que tardaba mucho con esas cámaras. Sí, entre el nervio y enfocar, uno se lleva tiempo.
Al maestro le gustaba tomar las cámaras y hacer como que tomaba una foto, en cambio no le gustaban las selfies, pero terminaba accediendo ante la insistencia de las personas. En los últimos años decía que no se reconocía en algunas fotos, que era como si estuviera viendo a otra persona.
Regina Mejía
En la década de los setenta, Toledo no era una figura política pública. No se le reconocía en cualquier lugar, no tenía la visibilidad que tuvo más tarde —ni siquiera en Juchitán, donde inauguró la Casa de la Cultura del Istmo en 1972. Fue tras su exposición en 1980 cuando se le reconoció como pintor y mucho más tarde cuando comenzó su labor como promotor y defensor de la cultura cuando se le saludaba en la calle y se le fotografiaba con frecuencia. Las fotos aquí mostradas son de los álbumes de aquella época. Pocas veces aparece solo, casi siempre lo acompañan mis hijos. En algunas fotos, posa a regañadientes, a contrapelo, de mal humor. Otras veces es más juguetón, son más raras. Las fotos son testimonio de una cotidianidad común, no el elogio de una figura pública; fueron tomadas cuando el IAGO era simplemente nuestra casa y Francisco aún no era El Maestro.
Elisa Ramírez